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Comparto, luego existo
El fenómeno del
autorretrato se ha propagado en todas las esferas y estratos sociales debido al
gran incremento de las cámaras incorporadas en los nuevos dispositivos
digitales: el uso masivo de celulares de última generación y las plataformas de
redes sociales. El término "selfie"
[1]
se utilizó por primera vez durante un foro de Internet en Australia pero, el
responsable de su popularidad, es el “Oxford English Dictionary”, un foro que
nombró a éste fenómeno “palabra inglesa” del año en
2013. Como todos sabemos, las academias certificadas dentro de
comunidades científicas, ofrecen legitimación, y su fuerza e incidencia es tal,
que hasta los fabricantes de teléfonos móviles se han apresurado para aumentar
los megapíxeles y las funciones de la cámara frontal de sus nuevos terminales.
La fotografía es
un recuerdo, un momento que se congela para preservarlo del paso del tiempo ¿La
selfie conserva esta lógica? Pareciera, más bien, que este uso se ha
degenerado debido a que el fenómeno de las selfies
viene acompañado por otro :el de la permanente exposición generada por las redes
sociales y mensajerías electrónicas que afecta a la privacidad de cada uno, ya
que tal exposición genera la necesidad de compartir cada momento.
Es así como las selfies son la herramienta
de la continuidad de la innovación, el diario íntimo en la época de la imagen
de bolsillo. Con las fotos se mantiene el
registro de los días, se conforma un diario que no es íntimo sino compartido.
Se hacen selfies en los encuentros
familiares, en la aburrida soledad de los domingos, junto a los platos
llamativos en el restaurante, con el regalo recibido en cumpleaños o
desde la cama semidesnudos post acto sexual. Las selfies se pueden entender como los reversos
de las viejas postales de las vacaciones, que tenían detrás una frase
contundente: “Hola desde la playa ¿Qué tal? Por aquí todos bien”. La foto permite
dar ese mismo testimonio sin necesidad de articularlo. Si hubiéramos
podido aparecer en el frontal de las postales tal vez todas habrían circulado
en blanco. Por eso la presentación oficial
de las selfies son los proverbios, los consejos,
las frases hechas, los lemas de autoayuda. Algunos ejemplos son: “Hoy es el primer día del resto de tu vida”;
“caerse está permitido, levantarse obligatorio”.
A las fotos del día a día las acompaña la sabiduría
de galletita china, consejos de abuela o intervenciones de repertorio,
como reversos de una postal donde el lugar donde estamos es el nosotros del
espejo. La foto refleja tu ánimo, da cuenta de lo que te rodea y además te
coloca en las cosas, te incluye como participante en lo sucedido. Ese giro
se nota en la calle: ahora al famoso que pasea no se lo retrata cuando cruza la
avenida -ese es el oficio de los extintos paparazzi, tema que merecería un
abordaje profundo- sino que debe ser atrapado en una selfie. Debe entrar en el encuadre
junto al propietario de la cámara. El autógrafo te convertía en testimonio,
pero la selfie te hace partícipe.
Tomemos, por
ejemplo, la situación de la reunión familiar: un núcleo familiar que está
conformado de manera clásica, es decir, por un padre, una madre y dos hijos. Un
jueves a las veintiuna horas, se los puede apreciar cenando y festejando el
cumpleaños de “Pedrito”, el primogénito. Mientras la cena transcurre, el
cumpleañero propone una fotografía de los cuatro; la moción es bien recibida y
la selfie se lleva a cabo. Acto seguido, el individuo comparte la foto con su
red social. ¿Qué será lo importante para Pedrito, cenar con su familia o
mostrarle este evento a su entorno? Podemos
ir más allá. Pedrito decide ir con su familia a ver un partido de futbol. Mientras el cotejo transcurre, nuestro
protagonista se toma una fotografía junto a su familia. Luego la envía a sus
amigos por medio de su celular, lo que deriva en una conversación mientras el
partido continua. Dicho de otra manera, el comportamiento de este pusilánime se
basa en hablar con otro sobre un acontecimiento que está presenciando pero al que
no le presta atención.
No hace falta otro ejemplo para preguntarse ¿Hasta qué grado de
exposición se someterá el ser humano? No
sorprendería que dentro de poco aparezca una selfie de Pedrito defecando.
[1] No podemos pasar por alto
que la primer "selfie" de la historia –cinematográfica- fue de la
película "Thelma and Louise",
y tampoco podemos dejar de nombrar que las actrices volvieron a recrear su
“selfie”por la fiebre creada.
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