miércoles, 15 de octubre de 2014

Narración: Ruptura de la resolución esperable

En colaboración con Claudio López y Andrea Toloza 

 ¿Y vivieron felices por siempre...?

Caminaba por la calles de mi amada China, llenas de la algarabía propia de los transeúntes del lugar. Personas contentas por donde se las mire; bulevares repletos de vendedores ambulantes y cortesanas bonitas esperando la invitación de algún apuesto comerciante rico o un político consolidado. 
 Yo era un vago que tenía que arreglármelas como pudiese: buscaba comida, ropa, un techo y algún trabajo que me ayudase a sobrevivir. Al ser el primogénito de una familia numerosa, tuve que abandonar mi hogar cuando fui mayor de edad ya que el pan no alcanzaba para todos. Mis padres me dejaron un legado sin futuro.  Pero, a pesar de todo, lo que más quería era una dama que me permitiesen despejar las dudas que tenía todo el condado sobre mi sexualidad.
En Beijing abundaban las hermosas mujeres, pero yo me sentía atraído desde  mucho  tiempo atrás por una dama en especial: se llamaba Li Xian; ella era la belleza personificada. Formaba parte de una familia dedicada a la exportación de especias a Europa, y por lo tanto, estaba bien posicionada. Yo era su antítesis porque desde pequeño estuve obligado a ayudar a mis padres en su trabajo, por lo cual tuve una infancia diferente a la de ella.
Me ganaba la vida frecuentando las plazas públicas, ya sea para cometer algún arrebato o poder mendigar comida a alguna alma caritativa. Gente de toda clase se reunía en la vía pública para socializar con sus pares; es por eso que siempre allí estaba ella.  
Estaba ante un problema: ¿Cómo una lacra como yo podría acercarse a una mujer de tan buen nivel? Ahí fue cuando me di cuenta que necesitaba cambiar y creí que la forma más simple de aparentar era a través de la indumentaria.
Entonces,  mi suerte empezó a cambiar: apareció ante mis ojos la vestimenta de un mandarín que, junto a otros bienes, su pareja había arrojado a la calle en forma de protesta pues se había enterado que este le había sido infiel. Fue así que tomé su ropa y me arme de valor para dar el segundo paso. Sabía dónde encontrarla.
Era la primera vez que pisé la plaza principal así vestido, ese día buscaba algo diferente a un pedazo de pan. La divisé en la multitud y me acerqué para entablar una conversación con ella, pero no tuve éxito. Ella no fue capaz devolverme un simple saludo, me negó con su cabeza y se retiró; evidentemente, el olor suciedad de mi cuerpo la espantó. 
Derrotado emocionalmente, cambié la ropa por varias dosis de opio y bajo los efectos del estupefaciente decidí no volver a acercarme a ninguna mujer; por el contrario, orientación sexual también sufrió una alteración.    
-          Y fue por eso, señor juez, que abusé de un niño esa misma noche.  

Esas fueron las últimas palabras del condenado  antes de que la justicia lo sentenciara a la pena de muerte.

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